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POR TIERRAS DE SANABRIA

Javier

Llevaba algún tiempo pensando en visitar el Parque Natural del Lago de Sanabria, pero por unas u otras razones, hasta ahora no había conseguido realizar el proyecto, pues si bien es cierto que no se encuentra demasiado distante, también lo es que localizándose al noroeste de la provincia de Zamora, muy cerca del límite con la provincia gallega de Ourense y con la frontera portuguesa, no es un lugar de paso hacía otros destinos habituales, como son Andalucía y sus playas al sur, o el Levante y las suyas al este; Asturias y sus Picos de Europa al norte, o Aragón y sus Pirineos al noreste.
En resumen, que había que hacer intención de ir ex profeso, salvo, como ocurrió el pasado mes de septiembre, que un viaje de trabajo permitiera detenerme un par de días en las Tierras de Sanabria, aprovechando que pasaba por allí (como dice la canción), que aunque no es mucho, si permitiría realizar una primera aproximación.
Varios son los motivos que despertaban mí interés por el lugar.
. Uno, porque pateados ya bastantes de los 13 Parques Nacionales existentes (a falta del Archipiélago de Cabrera en las Baleares, y los de La Caldera de Taburiente, Garajonay y Timanfaya en las Canarias), el reto es poder decir lo mismo de los 134 Parques Naturales. Por culturilla, hacemos un paréntesis en el viaje: indicar que la diferencia que hay entre unos y otros es fundamentalmente administrativa con algún matiz: en ambos casos se trata de una figura de protección española que implica conservación de valores naturales, pero en el Parque Nacional la gestión corresponde al Estado Central (aunque ya se está tratando el tema de traspaso de competencias –el Parque Nacional de Aigüestortes es gestionado por la Generalitat, y los de Doñana y Sierra Nevada por la Comunidad de Andalucía-), mientras que en los Parques Naturales la gestión corresponde a las Comunidades Autónomas.
. Otro, porque sentía gran curiosidad por conocer el lago de origen glaciar que según los datos es el más grande de la Península Ibérica (368 ha. de extensión, 3,1 Km. de largo por 1,5 de ancho, y 55 metros de profundidad máxima), así como descubrir sus encantos naturales (ríos –principalmente el Tera-, cañones, embalses, flora y fauna), sin dejar al margen la gastronomía de la región. Es decir, profundizar en la esencia del lugar, que es lo que diferencia al viajero del turista.
. Y uno más, porque cuando buscaba información del Parque, encontré una noticia impactante: el día 9 de enero de 1959 se produjo la ruptura de la presa de Vega de Tera, arrasando y sepultando el pueblo de Ribadelago, perdiendo la vida, aquella noche aciaga, 144 de los pocos más de 500 vecinos. Pensé que sería muy interesante poder mantener una conversación con las personas que siguen viviendo en el lugar.
El acceso a la zona de Sanabria lo realizé desde la autovía A-52. Siempre dirección Lago de Sanabria, pasé por varios pueblos: Puebla de Sanabria, El Puente y Galende, para llegar al de Ribadelago Nuevo (nombre que sustituyó al de Ribadelago de Franco), lugar en el que tengo el hospedaje.
A madrugar. Aunque ayer empezó oficialmente el otoño, el día amanece radiante. Mochila a la espalda, y sin olvidar la máquina de fotos, me dispongo a realizar la marcha conocida como Senda de los Monjes, de dificultad baja (desnivel 250 metros), que es la que discurre entre el ahogado Ribadelago (que se localiza a orillas del Lago) y el pueblo de San Martín de Castañeda, y que recorrían los monjes cistercienses entre bosques de robles centenarios, casi eternos, y esbeltos avellanos. Tomo la carretera que conduce a Ribadelago Viejo, en el que todavía se respira a pesar de los años la tragedia de aquella fecha: en pie restos de casas tal como quedaron tras el desastre, y gran cantidad de cruces y lápidas recordando a los fallecidos. Desde aquí sale un camino al final del pueblo en dirección al Lago, que se bordea en altura ascendiendo por el bosque. A mitad del recorrido se encuentran restos de un castro celta. Algo más adelante las mejores vistas del Lago (foto 1). A partir de aquí el camino se hace algo más difícil de distinguir por las rocas, pero continuando en línea recta se vuelve a ver el camino que lleva hasta San Martín de Castañeda, en cuyo monasterio reconstruido del siglo X (ya que fue destruido tras la desamortización de Mendizabal), destaca la iglesia de tres ábsides, y donde se encuentra el Centro de Interpretación del Parque, que también se visita, y en el que solicito información.
Dos opciones para volver al lugar de partida: desandar el camino, o seguir bordeando el Lago y hacer la ruta circular. Me decido por esta segunda opción, y sigo caminando en descenso por una senda bastante cómoda, hasta llegar a la orilla del Lago, en concreto a la Playa del Fogoso (foto 2), después la Playa de Cañales antes de llegar a la carretera para volver a Ribadelago, aunque aún se pasa por otras dos Playas: la de Viquiella y la de Custa Llagu. A la entrada de Ribadelago me llama la atención la portada de una iglesia colocada en un pequeño jardín. Aunque lo imaginaba, solicito explicación a una mujer de unos 80 años que está tendiendo la ropa en la fachada de su casa, cerca del lugar.
- “Se trata de la puerta de la iglesia de Ribadelago que quedo destruida por la riada, y la han puesto aquí. No está bien, lo suyo es que la hubieran dejado arriba, donde quedó”.
Aprovecho la oportunidad, y sigo conversando con la mujer.
- “Después de aquello, construyeron estás casas y a los que quedamos nos asentaron aquí. Esto es más sombrío, y hace más frío que arriba”.
Después he sabido que esas casas blancas fueron construidas por el Ministerio de la Vivienda, según el famoso Plan Badajoz. El pueblo fue adoptado por Franco, y urgió al Consejo de Ministros su reconstrucción. Por eso también se conocía con el nombre “Ribadelago de Franco”.
- “Fue una tragedia, mire usted. Desde que comenzó el año una fortísima tormenta descargaba lluvias torrenciales. Aquella mañana del 9 de enero estaba siendo muy fría, alcanzándose por la noche casi los 20 grados bajo cero. Todos los habitantes del pueblo estábamos recogidos en las casas, y muchos no esperaron al anochecer para buscar el calor de la cama. Sería media noche y yo seguía despierta esperando a mi marido que era camionero, y tranquilizando a mis hijos (10, 6 y 4 años), que no podían dormir. Si es verdad que unos días antes un vecino había advertido que la presa perdía, pero nadie podía imaginar lo que se iba a desencadenar”.
La mujer toma aire y continúa, emocionada por sus recuerdos.
- “Yo sentía ruidos extraños, pero con la que estaba cayendo, tampoco me atrevía a salir de casa. De pronto fue tal el estruendo que temí lo peor. Cogí a mis niños, los arropé como pude, salí de casa y me subí a una roca con ellos. Eso nos salvo. Menos mal que estábamos despiertos esperando a mi marido”.
- “La presa se rompió, y la avenida fue tan violenta que arrasó cuanto encontró a su paso. El caudal de agua con su carga de piedras, ramas y lodo, alcanzó en varios puntos los 10 metros de altura. De las 170 viviendas, solo quedaron en pie 25. Algunos vecinos se salvaron subidos a rocas, árboles, o a la espadaña de la iglesia”.
La presa a la que se refiere se construyó entre 1954 y 1956 siete kilómetros arriba del pueblo, en el cauce del río Tera, para satisfacer las demandas energéticas que requerían las cada vez más populosas ciudades españolas. Tenía 200 metros de longitud y 33 de altura. Las extremas temperaturas produjeron fisuras en la pared de granito y hormigón de la presa y ésta no pudo resistir el enorme volumen de agua que aportaba el embravecido cielo. Hoy día, la presa, con sus 100 metros de dique roto, permanece como testigo mudo de la historia.

- “Casi tres metros subió el nivel del Lago, en el que a la mañana se veían flotar muebles, aperos, escombros y ganado. Se dio por desaparecida a mucha gente. Y a los que sobrevivimos, nos trajeron aquí. Ninguno olvidamos la noche de la tragedia”.

- “Corrían rumores por el pueblo sobre que la construcción no era buena. Decían que había filtraciones en el dique, así que cuando el agua embalsada alcanzó su máximo nivel, aquello reventó. Y cómo todo se tapa, sólo una persona, un simple encargado de obra, fue el único condenado como responsable de la catástrofe”.

La entonces prensa oficial intentó silenciar la causa real de la catástrofe. El juicio sobre lo ocurrido se celebró apenas dos meses más tarde, y en el mismo se concluyó que las causas de la rotura del muro de la presa fueron fortuitas, debido al extraordinario volumen de las precipitaciones y la rigurosidad de la temperatura. Nada se dijo de la deficiencia de los materiales.
- “Las ayudas se quedaron en el camino. De cuatro partes, a Ribadelago llegó media”. Y tuvimos que pagar las casas que nos habían construido”. ¡Ah! Y sepa usted, por si quiere asistir, que el próximo 9 de enero de 2013 se conmemora el 54 aniversario de la tragedia.

Me despido no sin agradecer la información facilitada, y con el corazón encogido por la narración, tan sobrecogedora como real, del suceso ocurrido. La conversación con esta mujer ha colmado con creces todas las expectativas que tenía sobre el viaje.
Pero como la vida sigue, acabada la ruta a pie, me llego a Puebla de Sanabria, situada entre los ríos Castro y Tera, pues sabemos que merece la pena conocer la zona vieja (iglesia románica, ayuntamiento isabelino de gótico tardío), y el castillo poderoso de los Pimentel (foto 3) que emplazado en el altozano, tiene en su torre del homenaje (conocida por su poderío como el Macho) al centinela del Lago, y en el que existen disfraces de guerreros medievales. Callejear por Puebla es sumergirse en un espacio vivo pero cuidadoso con la memoria: casonas solariegas de fina cantería, con balconada y corredor y adornadas con blasones. Sin embargo, no son éstos los únicos atractivos de Puebla, que cuenta con buenos puentes sobre el curso de sus ríos (foto 4) y conserva en el barrio bajero el antiguo convento de San Francisco. Y para terminar el día, unos habones de Sanabria y un pulpo a la sanabresa. Recomendable.
Vuelvo a madrugar. La suerte acompaña, pues de nuevo el día aparece espléndido.
Voy a visitar una de las rutas más bonitas del Parque y posiblemente una de las más conocidas “Las Cascadas de Sotillo”, según las guías de dificultad media y 400 m. de desnivel.
En Sotillo de Sanabria dejo el coche cerca del puente sobre el río Truchas, e inicio el camino hacía las cascadas, acompañado de todos los perros del pueblo que al extrañarme no dejan de seguirme y vigilarme desde que llegué. La senda está marcada con balizas de color marrón. Durante la ascensión se pasa por bosques auténticamente vírgenes de especies como acebos, robles, castaños y avellanos (foto 5), y también se encuentran bastantes huellas de jabalí. Poco más de 90 minutos de marcha y se escucha caer el agua sobre el río Truchas, lo que significa que las cascadas están cerca. Llego a las cascadas, una torrentera de unos 20 metros (foto 6), y me quedo unos minutos disfrutando de su visión, antes de continuar el camino. Siguiendo los mojones pintados y por una fuerte pendiente que conduce al río, regreso haciendo la marcha circular. En el camino me sorprende la presencia de algún boletus edulis que es muy bien recibido (foto 7), y al final, a la entrada de Sotillo, por un castaño que seguramente pasaba de centenario (foto 8). Ni los más viejos del lugar conocían cuando se plantó.
- “Nosotros desde siempre lo hemos visto donde está”, contestaba la gente del pueblo cuando pregunté sobre su antigüedad.
El viaje llega a su fin. Se que existen otras rutas en Sanabria: El cañón del Forcadura, el pico del fraile, las lagunas de carros, de los peces, el valle del río Bibey, Peña Trevinca… Se que existen muchos más platos típicos dispuestos a que los probemos: truchas a la sanabresa, chuletón de Sanabria… Se que hay más lugares con encanto… Sin duda Sanabria merece la pena volver. Y volveré.

01/03/2012 19:45:14

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