Cansadísimo de tanto trabajo y tan poco beneficio, pensé en cumplir uno de los más viejos deseos de toda mi vida, viajar a Brasil. Unos amigos me habían hablado hacia unos meses que en el Norte de Brasil había un rincón que se llama Pipa que era increible, que en cierta manera tiene algunas similitudes con lo que fue Torremolinos en su periodo de esplendor en los años 60-70. Sin pensarlo mucho decidí viajar por fin a ese continente y a ese pais que tanto me atraía, saqué billetes y a viajar. Cuando llegué, ciertamente no me decepcionó, muy por el contrario quedé muy satisfecho del alojamiento en la Pousada Village en Praia do Madeiro, allí te pierdes en la playa debajo de un cocotero, escuchando las olas del mar y viendo los delfines saltar delante tuya, todo aquello era mucho más de lo que me habían descrito, porque ahora lo estaba viviendo yo en mis carnes. En la pousada rodeada de vegetación, llena de monos, pájaros de todos los colores y no se cuanta más variedad de fauna, me tendía en la hamaca y escuchando todos aquellos sonidos mezclados, cerraba los ojos y sentía el pulso del universo. Las noches de Pipa y sus fiestas son mágicas, la gente se divierte libremente y a tope en un desorden harmónico en todos los bares y chiringuitos con un concepto del tiempo totalmente diferente, es como si entrases en el pais de nunca jamás. Eso es Pipa, el pais de nunca jamás.

Publicado hace 13 años en Viajando por América > América del Sur